Dejé a mi mujer y mi hijo en casa con sus abuelos y recorrí otra vez 500 kilómetros para seguir trabajando. Mi mujer siempre quiere pasar la Navidad en casa y la comprendo, pero yo tengo que trabajar así que pasamos unos cuántos días separados. Vale, en realidad aprovecho para estar unos días alejado de la Navidad, porque no la soporto: pero, de paso, trabajo un poco.
Yo creo que a todos nos viene bien un poco de aire: como mi mujer y yo vivimos lejos de la familia pasamos mucho tiempo solos y sin ayuda con el pequeño. Cuando mi mujer está en casa de sus padres se relaja un poco porque puede delegar unos días el cuidado del niño. Y yo me relajo porque no tengo que estar en casa de sus padres.
Pero esta Navidad todo fue diferente a lo esperado. Mi idea era reencontrarme con mi mujer y mi hijo para Nochevieja pero no pudo ser. Empecé a sentir unos fuertes dolores en el estómago y me agobié. Era domingo y no sabía qué hacer, así que fui a urgencias. Y claro, en esas fechas las urgencias de un hospital en una gran ciudad son una locura. Yo no iba a preguntar cancer de higado pronostico ni nada aparentemente grave, pero alguien me tenía que ver porque no me encontraba nada bien.
Tras mucho tiempo de espera, tomé una mala decisión: como me dolía un poco menos (ya se sabe que, a veces, cuando llegas al médico se te quitan todos los dolores como por arte de magia) me fui a casa pensando que ya se me pasaría del todo. Al día siguiente tenía que conducir temprano, pero esperaba poder coger el coche sin problemas.
No pudo ser. Cuando me levanté estaba mucho peor, y entonces me arrepentí de no haber sido más insistente en urgencias. Volví el día 31 y la cosa estaba todavía peor, pero esta vez no iba hacer bromas con lo del cáncer de hígado pronostico: esta vez me quedaría hasta el final. Y, de paso, sin pasar la Nochevieja en casa de mis suegros.